Artículo publicado por Patricia Gosálvez en EL PAIS el 24 de Febrero de 2012
La cubierta retráctil que, como un abanico gigante, abría la pista de baile del Florida Park al cielo madrileño nunca se usó. “Las poleas siguen ahí”, dice Alberto García Morell, gerente de la mítica sala de fiestas del Retiro. Se instalaron en los cuarenta para cubrir, en caso de lluvia, a los invitados de una boda de postín. Sin embargo, según cuenta este ingeniero de formación, “es de suponer que su movimiento haría temblar toda la estructura acristalada como si fuese a estallar en pedazos”.
García Morell es una mina de anécdotas de la sala que regenta desde hace 30 años, “la única que queda de su especie”. La historia del inmueble se remonta a 1814, cuando el rey Fernando VII se lo encargó al arquitecto Isidro González Velázquez. Esta parte noreste del Buen Retiro era su reservado, vedado al público, que podía acceder al resto del parque desde 1767. El rey mandó hacer en su recinto caprichos (quizás la categoría arquitectónica con el nombre más hermoso), pequeñas construcciones románticas de carácter recreativo muy en boga en el XIX, que simulaban casitas rurales o pabellones exóticos. La función de estas cabañas, quioscos o cenadores era, además de hacer bonito y ocultar instalaciones, recreativa: dentro se colocaban orquestinas, cosmoramas o autómatas. El arquitecto creó la Casita del Pescador, en el centro de un estanque, la Pajarera, la Montaña Artificial, la Casa de Fieras… y esta Noria o Casa del Contrabandista, que se llamó así por una colección de autómatas que representaban escenas andaluzas, entre los más vistosos un bandolero y un cura.
Aunque ha tenido varios nombres —Viena Park, Granja Florida— hasta llegar al actual, lo que sí fue desde que el parque pasó a manos del Ayuntamiento, es una concesión municipal. En la hemeroteca hay noticias sobre su arrendamiento desde principios del siglo XX. La más divertida, de 1926: el pleno municipal discutió un cambio en las condiciones del contrato, ya que un concejal se quejó de que en el supuesto balneario no se prestaba asistencia a los enfermos, pero sí se servían cervezas y bocadillos. “¿Por qué no modificar los pliegos de condiciones, dejando convertida esta casita en un centro de reunión, restaurante, café o cosa análoga para que los paseantes del Retiro tengan allí un sitio de descanso, en vez de continuar con la ficción de que aquello es un edificio sanitario?”, se preguntaba el edil.Entonces el edificio era mucho más pequeño que el actual. Se reducía al llamado Salón Pombo (por el poeta, un habitual), una sala circular y abovedada con una enorme lámpara de araña en el centro. “Pesa una tonelada y media, y genera la tensión que sujeta la cubierta de zinc, que sin ella saldría volando”, explica García Morell. El invernadero y la pista de baile se fueron añadiendo a medida que el edificio cambiaba de usos. Ha sido pabellón de caza, balneario, capilla, terraza-cafetería, vaquería… Durante la dictadura de Primo de Rivera fue un dancing, y un salón de té tras la Guerra Civil. Con la llegada de los estadounidenses a la base de Torrejón, se puso de moda como sala de fiestas. Luego hizo doblete como plató televisivo: alojó los programas musicales de José María Íñigo y los shows de fin de año. En su escenario hidráulico han actuado Tina Turner y Liza Minelli, Ken Follet (que tiene una banda de blues) y Montserrat Caballé, Julio Iglesias, Rocío Jurado, Lola Flores... “Pasar por el Florida era como torear en Las Ventas”, dice su encargado.
“El Florida Park es una joya arquitectónica e histórica, y debería ser protegida como el Folies Bergere”, dice García Morell en la penumbra de su restaurante, iluminado por dos palmeras de neón. “Este ambiente algo decadente es parte de su encanto y gusta mucho a los jóvenes”. A mitad de la cena saldrá un ballet español y luego se retirarán las mesas para una noche de house hasta las seis de la mañana. Si algo sabe este edificio es reinventarse.
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